Tinta china
Isolda Dosamantes
A Diego Pedro Minero
Se acabó abril, el mes en el que nacen las magnolias e inundan con su aroma las calles y los jardines, se acabaron esos colores blancos, rosas y rojos diminutos sobre las ramas aparentemente secas del invierno; a cada flor; un ramillete de hojas pequeñas de verde claro e intenso; sustituye.
Llega mayo con su oleada de calor y tormentas de arena, con sus fiestas. En México, día del trabajo, de las madres, del maestro y en China se festeja durante una semana el día del trabajo, esto es un de regocijo para los viajeros chinos de todas las edades, para los extranjeros en china y para los visitantes. Sin embargo tiene sus dificultades: los boletos de tren se acaban, los aviones están al tope, los hoteles redoblan o triplican sus precios y los lugares turísticos, templos, pagodas, monumentos históricos o jardines deslumbran por la cantidad de visitantes. Imposible tomar una fotografía con tranquilidad, en segundos, una fila de chinos espera para hacerse un retrato en el mismo lugar, imposible también contemplar por largo tiempo un buda, mucho menos rezarle, tampoco es fácil sentarse y bastante incómodo ir a los sanitarios que tiene largas filas y su peste abarca varios metros de distancia.
A pesar de lo antes mencionado, un grupo de profesores de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing (Beiwai), comenzó su aventura tomando el tren de las tres de la tarde hacia Zengzhou donde pernoctarían para, al día siguiente tomar un autobús hacia Kaifeng, durante las 9 horas de tren, la mayoría se postro en las camas, algunos otros se entretuvieron tomando fotos de los chinos o contemplando por las ventanillas el increíble paisaje primaveral; los más osados practicaron su incipiente chino. Por la mañana, los madrugadores profesores decidieron tomar el autobús de las nueve, así que desayunaron en el hotel al estilo chino, y como nada se les antojaba comieron pan y huevo cocido o se decidieron por comprar en alguna tienda un yogur, para su sorpresa, los autobuses estaban llenos y sólo encontraron sitios para el de las 10 de la mañana, con una sonrisa despreciaron a los chóferes de minivans que ofrecían sus servicios y se dispusieron a esperar su camión, caminaron hacia el anden donde cientos y cientos de chinos esperaban transportes para diferentes lugares, “dieron las diez y las once” diría Sabina, y la tarde los sorprendió con sus mochilas y rostros cansados, con su imposibilidad de discutir, de preguntar (eso de no saber mandarín o putonhua) en un esfuerzo tras otro hasta enterarse de que su camión venía retrasado, vieron partir hacia Kaifeng más de diez autobuses y ninguno era el suyo, los chinos se empujaban, por subir y un estricto señor los hacia a un lado para que subieran sólo los pasajeros de las dos, ¡pero el mío es de las diez! parecían gritar algunos y su grito estallaba en su cara asoleada y hastiada de la espera de cinco horas, finalmente alrededor de las tres de la tarde, nuestros amigos subieron a su camión entre pisotones y jaloneos de otros desesperados.
Kaifeng, capital de la dinastía Song (960- 1126), conserva aún el encanto de la antigua China. Es una ciudad amurallada que al caminar por sus calles te inunda de imágenes: sus casas de madera, construidas durante la dinastía Qing a la manera tradicional, parecen surgidas de algún sueño o de alguna película con ambientación china. Su mercado nocturno en donde se venden toda clase de ropa, juguetes, nudos, budas, bolitas, pasadores; hace juego con el aroma de la fruta, las sopas, brochetas de alitas, cuellos, patas de pollo, calamares, pulpos, camarones, carne de res, de puerco, de borrego, espinacas, huevos de codorniz, todos meticulosamente ensartados en palitos de acero o de madera asados o a la plancha. Una delicia para el paladar y para la vista.
Los profesores estaban felices de caminar estas calles, tomaron fotografías de las tiendas de pintura, de disfraces, del panadero con su horno. La profesora polaca tomó el mando del grupo y los llevo caminado por entre otras calles ya no tan vistosas hacia la Sinagoga de Kaifeng, todos iban curiosos, pues en esta ciudad hay una minoría importante de musulmanes y más pequeña aún de católicos, pero se sabe que allí se asentaron los judíos durante la dinastía Song, en la época de la famosa Ruta de la Seda; así que los extranjeros de Beiwai, haciendo caso omiso de sus ampollas, caminaban alegremente. Cual fue su sorpresa, que al llegar encontraron simplemente una caldera que en su interior guardaba, de la antigua Sinagoga, una cubierta de hierro similar a una alcantarilla, que cubre un viejo pozo de agua, abrían de ver las caras de los profesores, entre el asombro, la sorpresa y las ganas de ahorcar a la polaca. Ahora cuando se les ve caminar por las calles, en cada alcantarilla, se escucha un pequeño y burlón grito: ¡cuidado con la sinagoga!
Después de esta visita y del dolor de pies algunos de nuestros amigos se refugiaron en el hotel, otros cenaron brochetas de codorniz. Mientras la autora de estas líneas veía pasmada a un calígrafo chino, pintando o dibujando grandes caracteres en el asfalto de un parque, lo que me hace recordar, Diego Pedro su ahijado, joven dibujante que por cierto, en este mes de mayo expone una de sus primeras exposiciones individuales, imagino que llena de seres fantásticos y trazos estudiados por años, a quien mando no sólo un saludo, si no mi respeto por este paso en su carrera artística, que sin duda nos dará muchas sorpresas. En horabuena. Y recuerden… cuidado con la sincantarilla.
Beijín, China, 15 de mayo de 2005
Email: tintazhogguo@yahoo.com
Isolda Dosamantes
A Diego Pedro Minero
Se acabó abril, el mes en el que nacen las magnolias e inundan con su aroma las calles y los jardines, se acabaron esos colores blancos, rosas y rojos diminutos sobre las ramas aparentemente secas del invierno; a cada flor; un ramillete de hojas pequeñas de verde claro e intenso; sustituye.
Llega mayo con su oleada de calor y tormentas de arena, con sus fiestas. En México, día del trabajo, de las madres, del maestro y en China se festeja durante una semana el día del trabajo, esto es un de regocijo para los viajeros chinos de todas las edades, para los extranjeros en china y para los visitantes. Sin embargo tiene sus dificultades: los boletos de tren se acaban, los aviones están al tope, los hoteles redoblan o triplican sus precios y los lugares turísticos, templos, pagodas, monumentos históricos o jardines deslumbran por la cantidad de visitantes. Imposible tomar una fotografía con tranquilidad, en segundos, una fila de chinos espera para hacerse un retrato en el mismo lugar, imposible también contemplar por largo tiempo un buda, mucho menos rezarle, tampoco es fácil sentarse y bastante incómodo ir a los sanitarios que tiene largas filas y su peste abarca varios metros de distancia.
A pesar de lo antes mencionado, un grupo de profesores de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing (Beiwai), comenzó su aventura tomando el tren de las tres de la tarde hacia Zengzhou donde pernoctarían para, al día siguiente tomar un autobús hacia Kaifeng, durante las 9 horas de tren, la mayoría se postro en las camas, algunos otros se entretuvieron tomando fotos de los chinos o contemplando por las ventanillas el increíble paisaje primaveral; los más osados practicaron su incipiente chino. Por la mañana, los madrugadores profesores decidieron tomar el autobús de las nueve, así que desayunaron en el hotel al estilo chino, y como nada se les antojaba comieron pan y huevo cocido o se decidieron por comprar en alguna tienda un yogur, para su sorpresa, los autobuses estaban llenos y sólo encontraron sitios para el de las 10 de la mañana, con una sonrisa despreciaron a los chóferes de minivans que ofrecían sus servicios y se dispusieron a esperar su camión, caminaron hacia el anden donde cientos y cientos de chinos esperaban transportes para diferentes lugares, “dieron las diez y las once” diría Sabina, y la tarde los sorprendió con sus mochilas y rostros cansados, con su imposibilidad de discutir, de preguntar (eso de no saber mandarín o putonhua) en un esfuerzo tras otro hasta enterarse de que su camión venía retrasado, vieron partir hacia Kaifeng más de diez autobuses y ninguno era el suyo, los chinos se empujaban, por subir y un estricto señor los hacia a un lado para que subieran sólo los pasajeros de las dos, ¡pero el mío es de las diez! parecían gritar algunos y su grito estallaba en su cara asoleada y hastiada de la espera de cinco horas, finalmente alrededor de las tres de la tarde, nuestros amigos subieron a su camión entre pisotones y jaloneos de otros desesperados.
Kaifeng, capital de la dinastía Song (960- 1126), conserva aún el encanto de la antigua China. Es una ciudad amurallada que al caminar por sus calles te inunda de imágenes: sus casas de madera, construidas durante la dinastía Qing a la manera tradicional, parecen surgidas de algún sueño o de alguna película con ambientación china. Su mercado nocturno en donde se venden toda clase de ropa, juguetes, nudos, budas, bolitas, pasadores; hace juego con el aroma de la fruta, las sopas, brochetas de alitas, cuellos, patas de pollo, calamares, pulpos, camarones, carne de res, de puerco, de borrego, espinacas, huevos de codorniz, todos meticulosamente ensartados en palitos de acero o de madera asados o a la plancha. Una delicia para el paladar y para la vista.
Los profesores estaban felices de caminar estas calles, tomaron fotografías de las tiendas de pintura, de disfraces, del panadero con su horno. La profesora polaca tomó el mando del grupo y los llevo caminado por entre otras calles ya no tan vistosas hacia la Sinagoga de Kaifeng, todos iban curiosos, pues en esta ciudad hay una minoría importante de musulmanes y más pequeña aún de católicos, pero se sabe que allí se asentaron los judíos durante la dinastía Song, en la época de la famosa Ruta de la Seda; así que los extranjeros de Beiwai, haciendo caso omiso de sus ampollas, caminaban alegremente. Cual fue su sorpresa, que al llegar encontraron simplemente una caldera que en su interior guardaba, de la antigua Sinagoga, una cubierta de hierro similar a una alcantarilla, que cubre un viejo pozo de agua, abrían de ver las caras de los profesores, entre el asombro, la sorpresa y las ganas de ahorcar a la polaca. Ahora cuando se les ve caminar por las calles, en cada alcantarilla, se escucha un pequeño y burlón grito: ¡cuidado con la sinagoga!
Después de esta visita y del dolor de pies algunos de nuestros amigos se refugiaron en el hotel, otros cenaron brochetas de codorniz. Mientras la autora de estas líneas veía pasmada a un calígrafo chino, pintando o dibujando grandes caracteres en el asfalto de un parque, lo que me hace recordar, Diego Pedro su ahijado, joven dibujante que por cierto, en este mes de mayo expone una de sus primeras exposiciones individuales, imagino que llena de seres fantásticos y trazos estudiados por años, a quien mando no sólo un saludo, si no mi respeto por este paso en su carrera artística, que sin duda nos dará muchas sorpresas. En horabuena. Y recuerden… cuidado con la sincantarilla.
Beijín, China, 15 de mayo de 2005
Email: tintazhogguo@yahoo.com