jueves, julio 03, 2008

LA ENTEREZA DE XORGE DEL CAMPO

A Haydee Espino Castillo, en la plenitud de la vida

Por Vicente Francisco Torres.

Xorge del Campo (1945), novelista, poeta, cronista, editor, antólogo, bibliófilo, bibliómano, ensayista y erudito atraviesa por uno de los momentos cruciales, quizás el mayor, que enfrentamos los seres humanos. En el mes de febrero del presente año, agudas punzadas en el estómago y diarreas empezaron a acosarlo y él, prototipo de hombre libre, acudió a un médico que le recetó antibióticos suficientes para enloquecer a un caballo. Ante tales efectos, el médico se espantó y le dijo que mejor le recetaría vitaminas. Con resultados tan descorazonadores Xorge fue a ver a otro médico quien al contemplarlo pálido, delgadísimo y cadavérico le espetó, a boca de jarro: “usted tiene Sida”. Le mandó hacer los estudios correspondientes y nada, el hombre estaba limpio. Surge entonces la presencia bienhechora de la hermana mayor quien lo lleva a un hospital de beneficencia. Allí tuvo la suerte de encontrar a una doctora quien, con los antecedentes que Xorge llevaba, ya no dudó en ordenarle un ultrasonido. Xorge no tenía dinero y la samaritana lo remitió a un médico amigo quien le practicó los estudios y obtuvo los demoledores resultados: había tumores malignos en el estómago, en los dos pulmones y en el cuello. Le dijo que fuera a urgencias de cancerología en donde le ofrecieron una cita para mucho tiempo después. Como Xorge caminaba doblado por el dolor, le dijeron que había un hospital alterno, que atendía teporochos que llegaban vomitando sangre. Allí fue nuestro erudito en narrativa cristera y revolucionaria (ojo, comité del Bicentenario). Le pusieron sondas, le dieron fuertes analgésicos y llamaron a su hermana para decirle que debía tomar un curso de tanatología porque le esperaban momentos amargos. Ella dijo que se ahorraría los cursos porque hacía medio año había muerto una hermana de 50 años de edad, del mismo padecimiento y después de una agonía de cinco años, porque se aferraba con todas las uñas a la vida.
Así pues, Xorge volvió a la casa de su hermana a preparar las cosas y a recibir a los amigos. Arturo Trejo me puso en antecedentes y hoy, domingo primero de junio, acudo a la colonia Bondojito en donde Xorge me espera tras los cristales de la ventana de un primer piso. Enfrente hay una tienda en donde varios jóvenes beben las cubas que compran en una tienda; Arturo pregunta si bebemos algo y un inexplicable pudor me lleva a decirle que para qué entramos a ver a Xorge oliendo al licor que tanto le gusta. Subimos y el abrazo del saludo me permite sentir los huesos desnudos de su espalda. Pesa 50 kilos y al sentarse ajusta las perneras de un pantalón de pana negra y, mirándose las delgadísimas piernas, dice: ni un niño las tiene así. Ocupa su sillón y empieza a contar lo que llevo dicho, y abunda sobre las vicisitudes que ha padecido para vender su biblioteca, único recurso que tiene para pagar su entierro. Aceptaría una parte del dinero, dice, y que la otra se la echen en el cajón. Porque quiere un sepelio modesto, entre amigos, y que al final lo cremen.
Ayer se le escapó a su hermana, porque era sábado y los darketos podían meterse a su departamento ubicado junto al tianguis del Chopo. Fue a cuidar sus libros y Arturo Trejo, su amigo entrañable, tuvo que ir a rescatarlo. Este domingo luminoso se apresta a recibir a varios de sus amigos, pero esperará a Arturo para que lo lleve al departamento en donde, dice, dejó una revista Etcétera para mí, que contiene la lista de novelas hispanoamericanas de un tema en el que estoy trabajando.
Siempre Número 2869. 8 de junio de 2008

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