sábado, octubre 22, 2011

Isolda en la feria


Ayer comenzó la feria de Tlaxcala, cuando era niña me encantaba ir, mientras mis padres se quedaban platicando en algún restaurant o bebiendo un tequila, algún adulto o los niños más grandes nos llevaban a los juegos infantiles y andábamos como locos subiéndonos a los carros chocones o a las tazas rodantes. De adolescente era aún más interesante, nos íbamos al ratón loco, al trabant o al lago del niño a comer garnachas o dulces o a darnos algún beso furtivo entre los árboles. Ya en la universidad, íbamos con nuestros compañeros y amigos, eran varias visitas, la obligada con la familia, con comida sabrosa en algún puesto; la visita con las amigas a ver chucherías, cosméticos y para hablar del amor alrededor de unos pulquitos, la visita con el novio, la cultural...


Recuerdo con nostalgia el pabellón de Miguel N. Lira; alguna vez instalaron su imprenta en la feria y regalaban pequeñas impresiones, había n esa carpa lecturas o quizá so lo imagino, en fin que ir a la feria era también la fiesta del rencuentro, amigos de la infancia, los gallos, las risas y por supuesto los toros, siempre me ha gustado la fiesta brava, quizá por eso me encantaba leer la columna de Marcial en el Uno más uno.



Espero poder disfrutar estos días de feria en mi querido Tlaxcala.

Y hablando de ferias, en estos días se desarrolló la Feria del libro del Zócalo de la Ciudad de México. En ella se desarrollaron infinidad de actividades, lecturas de poemas, presentaciones de libros, obras de teatro, conciertos de Jazz, Rock, entre otros; además se podían encontrar en ella muchísimos libros a buenos precios. Así que para mí además de disfrutar fueron días de trabajo, trabajo feliz, presentar libros y leer poemas.


Presenté el libro Festejar la ruina del poeta veracruzano Eduardo Cerecedo y Barbarie del buen amigo Carlos Martínez Rentería. También tuve el placer de leer en la mesa que organizó Micielo ediciones de la poeta, diseñadora y editora Mónica González; y si de lecturas se trata ayer también leí en el metro, en el metro Pino Suárez, y luego de la lectura los poetas nos dirigimos a beber cerveza al ya tan conocido Salón Corona.


Entre el vértigo de la poesía está el verdadero vértigo de la felicidad, mi pequeño Yu que crece y camina, que sonríe y también hace berrinche. Que descubre el mundo en cada paso, en cada logro.

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