La noche cae sobre mi pierna, se oscurece lentamente una célula hasta supurar el dolor de las velas del alba.
Un canto de la casa vecina se desvanece, es una rata que lucha contra la alcantarilla resguardada por el odio del hombre, por el horror de verse en un retrato tan sucio como él.
Nada tiene sentido, Castro muere castrado por el poder, por su deleite contagioso, por el placer y magnetismo que ejerce sobre la raza humana, por la ambición de mantenerlo entre sus manos. Castro muere con sus sueños, con la educación de sus médicos choferes y primeras bailarinas; muere por el poder de otros pueblos sobre el mundo, por el placer de otros pueblos y su deleite contagioso. El poder seduce, se busca y se mantiene: el poder por el poder (oh, Maquiavelo, maestro de esas artes), el poder asesina con su hoz de siempre.
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