Una llovizna caía sobre el cansado rostro de la mujer que soñó tener el agua cerca, la cascada, la cola de mil gotas sobre el cuerpo, un camino largo y en pendiente, la asfixia de la altura, los moscos, el canto alegre del cascabel en algún lado imperceptible a la vista. Un paso más, otro y llagas en los pies, las manos hinchadas, una hora y las mariposas juegan con las ramas esplendorosamente verdes, una tarde que se agota y el trinar de los pájaros sobre la cresta de los árboles frondosos siempre verdes como el agua verde luminosa agua transparente de los pequeños lagos que bajan presurosos en cascadillas ingenuas hacia el río. Un rostro que gotea sales en cada paso, que piensa en el caminar descalzo de sus ilusiones de trenzas desatadas. Una llovizna al final de la cuesta purifica, el rostro se sacude de sus pesos, sed se calma y la sonrisa de ser cascada se ve en la lejanía, al otro lado de la noche.
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