miércoles, agosto 30, 2006

Los negritos de la privada

Fue la primera vez que lo hice, me sudaban las manos y un pequeño vértigo hacía de las suyas en la boca de mi estómago, era necesario llevar a cabo la hazaña pues mis amiguitas, como les decía mi madre en tono irónico, siempre que hablaban de eso, se les hacía agua la boca, les brillaban los ojos y la plática se convertía en una fiesta de anécdotas, en un bullerío que se escuchaba por toda la privada, donde vivíamos desde hacía cinco años. Su entusiasmo cuando hablaban de los negritos se me contagiaba a tal grado que se convirtió en una obsesión participar con ellas en las veladas que realizaban cada tres días por la noche. Calculé el costo de la sorpresa que les daría con los negritos, hice el itinerario de los momentos en que la cartera de mi padre se quedaba desamparada de su cuidado, lo apunté todo en mi memoria y una mañana, cuando se escuchaban los gallos a lo lejos y aún no amanecía cometí el hurto, de verdad, fue la primera vez que lo hice. No es por justificarme pero imaginaba el deseo en los ojos de Bony, Gaby y Alma Rosa, las veía haciendo toda una fiesta para disfrutar una noche más con los negritos, eran insaciables mis amigas y aún después de varios días de alguna de sus veladas comentaban entre risas la experiencia tan placentera que les habían causado, pensé muchas veces que exageraban pues mientras hacían comentarios sobre ellos los ojos se les volteaban, sus dientes parecían crecer y parecía que de un momento a otro un poco de saliva les escurría por la comisura de sus labios.
Les decía cometí el hurto y me sudaban las manos, me sudaron todo el día, también me sudó todo el cuerpo cuando fui a conseguirlos, imaginaba que el señor que me los consiguió me veía con cara de “qué niña tan golosa”, ¡tantos para ella sola¡, al fin con temblor inusitado terminé la transacción. Esa misma noche les di gusto a mis amigas, no imaginan con que placer los recibieron, esta vez me invitaron a compartirlos y por supuesto que no me iba a perder ese festín.
En el cuarto de servicio de Bony, todo estaba dispuesto, la colcha de la cama tendida a manera de mantel sobre la alfombra, bebidas de todos los sabores y el ritual de compartir el primer negrito antes de tomar el que a cada una le correspondía, que maravilla compartir ese momento con mis amigas, ese secreto sagrado que continuó muchos años, ese placer de comerse un negrito Bimbo entre los juegos de mesa.
Isolda Dosamantes 2002

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