A veces la memoria nos juega travesuras, un sólo acontecimiento, una palabra, el aroma de un perfume, una canción es capaz de hacernos regresar En Busca del tiempo perdido como a Proust: las magdalenas. Entonces uno regresa, a veces, a los sueños traspapelados, a los montes de infancia, a cabalgar en el pueblo y otras a las cárceles que se han ido creando en la piel y los recuerdos. He perdido tantos amigos en el camino. Algunos ya no están para tomarlos de la mano como Aimeé de quien tuve que despedirme en una misa, o Carlos Vázquez Flores a quien soñé el día de su entierro y del que me persigue una herencia de libros que no me he atrevido a recoger, o Severino Salazar que se fue a contar sus historias a otra parte mientras yo andaba la muralla, la lista comienza a hacerse larga. Pero no quiero hablar de mis muertos sino de esas sensaciones que no te abandonan a pesar del tiempo y las distancias, por ejemplo no tener la fuerza de decirle a ese “primer amor” que lo quería, que sí que lo amaba y me dolía su adiós, su irse de pronto y sin respuestas, quizá por eso, cuando hay alguien cerca, cuando me toma desprevenida ese andar volando entre las flores, no guardo silencio ante esos vértigos caracol y sus alcachofas rondando las caderas y el viento que huele diferente cuando llega el amor, no, desde esa época no guardo silencio, aunque lo que haga es despertar el fin de una posible relación, lo que uno vive se hace costra en la piel, se te mete en la sangre, regresa. Así como tampoco regalo tarjetas de amor de sangrons, desde que vi en el basurero unas que regalé a los 16, mejor, cuestan rete caras. Y otra sensación que no me deja es esa de perder a los amigos por trabajo, no han faltado las envidias, todos las hemos padecido, no hay nada nuevo en está página, o como diría don Rubén Bonifaz, De otro modo lo mismo. Y hay otros, aquellos a los que les echas la mano y de pronto se pierden, a más de uno le conseguí trabajo cuando pude, muchos de ellos ni las gracias, y hay algunos que me duelen como Lidia que fue hasta mi comadre de “niño Dios”, porque sépanlo alguna vez tuve ilusiones y me emocionaban esas tradiciones gracias a mi abuela, esa historia es ya añeja como la de una revista en donde tenía que perseguir a los colaboradores, al corrector de estilo, a la diseñadora, hasta que una tarde me di cuenta que, ese proyecto lo que estaba haciendo era alejarme de mis cuates, de mi banda cuchitrilera, y, ja, como siempre esa parte noble y que a veces aborrezco de mi yo, boté el proyecto e intenté salvar las amistades, de todas maneras sólo están las que debían estar, lo demás eran espejismos, espejismos como me he llevado muchos a la cuesta. Y me pasó también con otra amiga a la que recomendé para un premio o una beca o una lectura en el extranjero, lo que sea, nunca supe más de ella y a veces, cuando estás tan tranquila, con tus alumnos chinos, con tus clases de yoga, con tu soledad a veces no deseada pero tuya, cuando está a punto de concentrarte en tu trabajo y no pensar en nada sólo en eso que has escrito y quieres ver con nuevos ojos, un mail, una llamada te regresa a tu lugar de origen y te despierta, y ya no sabes cual es tu verdadera percepción de las cosas y si realmente te importa, pero descubres entre líneas una cuchillada, de aquellos a alo que alguna vez diste la mano y, lo curios, no te pone triste, entonces vas , “a tientas” diría Gorostiza, te pones la armadura y desenvainas tu espada, antes de salir te miras al espejo y no puedes contener una carcajada de ti mismo.
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