domingo, febrero 11, 2007

Pingyao


El tren, bastante cómodo, primera litera, la llegada perfecta al amanecer, el hostal: me engañaron, me esperaban en la estación y me llevaron a una casa como de huéspedes, allí la hospitalidad de la familia me hizo quedarme, la habitación enorme y el frío calaba los huesos, no había gente, pero pensé que estaba bien, que Pingyao era una ciudad para regresar y que esta vez, me quedaría allí por dos noches, cuando salí a la calle después de darme un abño y desayunar un omelt que no era una omelet, nevaba, nevaba en una ciudad hecha de piedra, nevaba y parecia que me encontraba en un cuento blanco, de algodón y lleno de misterios.

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